sábado, 28 de noviembre de 2015

Personajes

Emilio Carrère.



Tratando de paliar su delicada situación económica, el escritor español acepto un trabajo en el Tribunal de Cuentas pero, al poco, sus colegas los criticaban abiertamente pos su absoluta
falta de puntualidad y cuentan que su jefe inmediato le llamó la atención diciéndole: «Mire usted, Carrère, con esa manía de retratarse, va a llegar un momento en que se presentará usted todos los días al día siguiente».





Marie Dorval.

La actriz francesa recibía a sus amantes en un dormitorio pegado al de su marido, pero esté siempre se lo permitió. Cierta noche, ya en la cama, el buen hombre trataba de dormir pero no podía por una discusión entre su esposa y el querido de turno, al que Marie tachaba de infiel. Cuando la pelea iba a más y las voces eran ya insoportables, el marido de la Dorval llamó a la puerta de su señora y le dijo: «Bueno mujer, perdónalo ya. ¿No ves que te ha dicho que no lo volverá a hacer?».





Arturo Toscanini.


Tras un ensayo bochornoso, el compositor italiano (1867-1957) les gritó a sus músicos: «¡Después de morir me reencarnaré en portero de burdel y le prohibiré el paso a todos ustedes!».








Alfred Adler.

El psiquiatra austriaco daba una conferencia en la que explicaba que los «handicaps» personales acababan influyendo, por la vía de la compensación y de la superación, en el trabajo de cada cual. «Los tartamudos se convertirán en actores; los niños gordos, en corredores de fondo; las personas con deficiencias visuales, en pintores..», explicaba Adler. Entonces, alguien le interrumpió para apuntar: «¿Y no se deduciría de su teoría que las personas poco inteligentes tienden a convertirse en psiquiatras?»





Hyacinthe Rigaud.


Tras retratar a una dama que solía ir maquilladísima, ésta le recriminó: «Estos colores no son los de mi cara». A lo que el pintor respondió, con absoluta tranquilidad: «Pues me extraña, señora, porque los compramos en la misma tienda».







Henry Clay.



Un día, tras hablar con el vicepresidente John Caldwell, el secretario estadounidense (1777-1852) le dijo: «Me importa más tener razón que llegar a ser presidente». A lo que éste replicó, con fingida modestia: «Yo me conformo con tener sólo razón a medias. Por eso he sido un buen vicepresidente».







Ferenc Molnár. 


El dramaturgo y novelista húngaro detestaba las visitas sorpresa, así que ideó un ingenioso sistema para esquivar a los personajes non gratos. Cuando alguno llamaba a la puerta, su secretario le  decía: «Lo siento, el señor no ésta en casa. Acaba de salir hace un momento y, si usted corre calle abajo, seguro que aún lo alcanza».







Zsa Zsa Gabor. 


La estrella de Hollywood, casada en ocho ocasiones, tiene una singular forma de ver la vida. No en vano, es la autora de frases como: «Yo creo en las familias numerosas: toda mujer debería tener al menos tres maridos».








Thomas Beecham.


En cierta ocasión, acudió al director de orquesta una madre desesperada por los escasos progresos musicales de su hijo. «Tener en casa un estudiante de violín es tremendo, sir Thomas -le confesó la señora-. Va a acabar con la paz de la familia. ¿Se le ocurre otro instrumento que pudiera aprender?». Beecham reflexionó un instante y respondió: «En ese caso, lo mejor es que se incline por la gaita. Suena igual cuando uno aprende que cuando uno llega a dominarla».





Francisco Silvela.

El 4 de marzo de 1899, los periodistas lo interrogaban para saber si había formado gobierno. «Viene usted muy optimista», le dijo uno de ellos. «Como que tengo la lista», replicó Silvela. Cuando se percató de que había respondido con un pareado, sonrió y añadió: «A la salida, hablaremos en prosa».






Doña Sofía.


Cuentan que, en una visita de los Reyes a Antena 3, doña Sofía se acercó a Susanna Griso y le dijo: «A usted la conozco mucho». Seguidamente, y mientras los ejecutivos de la cadena sacaban pecho por «Espejo Público» y por su chica, la soberana continuó explicando de qué la conocía: «De los "danones" que anuncia; son los que tomamos en casa».







Georges Cuvier.

En cierta ocasión, el científico revisaba por encargo de la Academia Francesa el último borrador del «Diccionario de la Academia» cuando leyó que un cangrejo era un «pequeño pez rojo que caminaba hacia atrás». Entonces, Cuvier hizo la siguiente anotación: «Su definición, señores, sería perfecta si no fuera por tres pequeñas salvedades: el cangrejo no es un pez, no es rojo y no camina hacia atrás».





Otto Von Bismark.


Durante la guerra franco-prusiana de 1870, un princípe germano se quejaba al estadista de que la Cruz de Hierro, la más alta condecoración prusiana, se estaba concediendo muy a la ligera. «Excelencia -replicó Bismark-, un cierto número de personas tendrá que ser condecorado aunque sólo sea por motivos decorativos y de protocolo. Piense que, después de todo, tanto usted como yo ya la tenemos».






Manuel Linares Rivas.


El dramaturgo español del siglo XIX oía tan mal que solía decir: «Soy tan sordo que no oigo ni lo que me conviene». Tiempo después se compró una trompetilla y un amigo le comentó: «Ahora, don Manuel, oirá usted mucho mejor...». «No hijo -replicó él-, oigo tan mal como antes. Los que saldrán ganando son ustedes, que tendrán que gritar menos».





Marcel Achard.


Mientras el comediógrafo almorzaba con un critico que más de una vez lo había tratado fatal, se topó con un amigo que le preguntó: «¿Pero no estabas enfadado con él». «Si que lo estoy», contestó Achard. «¿Y coméis juntos?». «Es que él no lo sabe y, como voy a estrenar pronto, ¡cualquiera se lo dice!».

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