lunes, 19 de octubre de 2015

Personajes

Johannes Brahms.


Una cantante que no era del agrado del compositor alemán le pidió que la cediera una canción para su repertorio. «De momento, ninguna de as que tengo escritas es apropiada
para usted. Espere un poco», le dijo el músico. A la pregunta de la joven: «¿Tendré que esperar mucho?», Brahms le respondió: «No se lo puedo decir pero las únicas canciones que le recomendaría son mis canciones póstumas...Así tendré, al menos, la seguridad de no oírselas cantar».




Harry Truman.





Recién estrenado su cargo como presidente de Estados Unidos, en 1945, fue informado del proyecto «Es la mayor estupidez que hemos hecho, jamás arrojaremos la bomba atómica».
para desarrollar armamento atómico. Contrariado, aseguró:




Wilbur Wright.




En 1908, este pionero de la aviación logró, junto con su hermano Orville, elevarse en un aeroplano 10 metros de altura durante casi dos minutos. Tras la hazaña, los periodistas quisieron hablar con ellos, que se negaron. Wilbur les dijo: «Miren, el loro es el pájaro que más habla y menos vuela, permitannos ustedes que no lo imitemos».





Bernard Le Bobier.


A mediados del siglo XVII, organizaron en la Academia francesa una colecta para socorrer a uno de sus colegas. Todos fueron echando un luis de oro en una cajita de madera, pero sospechaban que uno de los miembros más tacaños se había «olvidado» de realizar su aportación. Preguntaron al académico y dijo que sí, pero alguien insistió: «Yo no le vi, así que no puedo creer que lo echara». Entonces intervino el casi centenario Le Bobier, señor de Fontelle: «Pues lo echó, Yo lo vi y todavía no me lo creo».



Cardenal Richelieu.


En cierta ocasión, un cortesano que pretendía hacerse el gracioso mandó llamar al médico, el doctor De Lort, y le preguntó: «Doctor, ¿no cree que es asombroso que, no sintiendo dolor de vientre porque como con moderación y no me doy a la bebida, y además siendo una persona que duerme a pierna suelta, y no abusando de mujeres ni de otro placer alguno, mis deposiciones siempre sean verdes?». El galeno se quedó un instante en silencio y replicó, muy serio: «Entiendo perfectamente lo de vuestras deposiciones, ya que dada vuestra envergadura intelectual debéis haber comido mucha hierba».


Truman Capote.



Estando en un restaurante en Nueva York, de le acercó un grupo de mujeres que elogiaban su obra y le pedían autógrafos. Celoso por tanto entusiasmo, el marido de una de ellas exclamó, indignado: «¡Tanta emoción femenina desperdiciada hacía un homosexual!». y, acto seguido, se bajó la cremallera y, mostrándole el pene, le dijo a Capote: «Quizás te gustaría firmar esto». El dramaturgo, con el miembro frente a su nariz, replicó: «No sé si puedo. Tal vez quepan las iniciales».



Amparo Baró.


Su personaje de Sole en «Siete vidas» le ha dado la fama, pero también más de un sofocón. Como aquella vez que se subió a un taxi y el chófer la recibió con entusiasta «¡Viva la republica!», a lo que ella exclamó: «Mire usted, ¡que no soy "roja"! Que me confunde con Sole. ¿Si hiciese de puta me llamaría puta?».





Samuel Hahnemann.



Acudió a su consulta un paciente y el descubridor de la homeopatía, tras darle a oler un frasco, le presentó su minuta diciéndole que lo había curado. El enfermo sacó entonces una moneda de oro, la frotó en la mano del doctor Hahnemann y se la volvió a guardar, diciéndole: «Como me curas, te pago».




Aristóteles Onassis.



Cada vez que alguna bella dama se sentaba en los taburetes de cuero del bar de su espectacular yate, Onassis soltaba una sonora carcajada y le decía: «¡Estas sobre el pene más grande del mundo!» Y así era, ya que dichos asientos estaban tapizados con prepucio de ballena.



Alejandro Dumas hijo.


En cierta ocasión, el escritor invitó a un amigo a cenar pero, cuando iban a entrar al restaurante, le preguntó: «¿Llevas dinero?». «Absolutamente nada», replicó su colega. «Pues yo sólo tengo 20 francos. Tengo una idea: mi padre vive aquí cerca, le pediré que me preste 30». Al rato, regresó cabizbajo y su amigo, muerto de hambre, supuso que algo pasaba. «No te dado los 30 francos, ¿verdad?». «¡Que va! -exclamó Dumas hijo-, Me ha pedido los 20 que yo tenía y se los he tenido que dar». Esa noche, hicieron dieta.



Benito Pérez Galdós.



Cuando aún no era conocido, llevó su primera novela a un editor y esté le espetó que sólo editaba textos de nombres conocidos. Sin inmutarse, el novelista volvió a ofrecerle su manuscrito, diciéndole: «No hay problema. Me llamo Pérez».







Giovanni Pico Della Mirandola.



El humanista italiano era ya un prodigio con 10 años. Un día, un cardenal, molesto por tal derroche de inteligencia, le hizo esta observación: «La pena es que, cuando se tiene tanto talento de niño, se suele ser un imbécil al llegar a anciano». El pequeño Giovanni se quedó pensando y, al momento, le espetó: «Por lo que decís, señor, deduzco que vos debisteis ser todo un sabio en vuestra infancia».




Mark Twain.



En cierta ocasión, un tiburón de los negocios se pavoneaba diciendo: «Antes de morir, peregrinaré a Tierra Santa, subiré al monte Sinaí y leeré en voz alta los Diez Mandamientos». Twain le replicó: «Podría hacer algo mejor: quedarse en Boston y cumplirlos».





José Antonio Reyes.



Siendo delantero del Arsenal, el futbolista explicaba que se lo pasaba en grande en las sesiones privadas de entrenamiento que llevaba a cabo en su mansión londinense, aprovechando los gnomos de su jardín. Algunos señalaban los palos de la portería, otros los repartía para hacer el recorrido improvisado... «Me gusta entrenar con los gnomos -insistía Reyes-. A veces, incluso, le hago de portero».

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