lunes, 18 de marzo de 2013

Personajes

Carlos II de Inglaterra.

En cierta ocasión, su bufón oficial, Thomas Killigrewera, lo acompañó a la corte del rey Luis XIV y éste, como deferencia, les enseñó personalmente el palacio. Pasaron por delante de un cuadro de la crucifixión de Jesucristo que tenía un retrato a cada lado y el monarca les explicó: «El de la derecha es el Papa y el de la izquierda, yo». El bufón apostilló: «Sabía que Jesús había sido crucificado entre dos ladrones, pero nunca les había visto la cara».


Charo López.



En la representación teatral «Hay que deshacer la cama», la veterana actriz comenzaba la obra tirándose sobre una cama, mirando al público y diciendo: «¡Que sola estoy! ¡Si alguien me diera una mano!». «Lo que necesite, señora», le respondió un caballero del público.



Quentin Tarantino.



Siendo un niño, su madre, Connie, se hacía cruces por la retahíla de tacos que soltaba su hijo cada vez que jugaba con sus soldaditos. Tras una severa regañina, el pequeño Quentin replicó, poniendo cara de bueno: «No soy yo quien dice esas cosas, mamá. Son los personajes, los que hablan así».



Vladimir Horowitz.

El pianista ruso-estadounidense (1904-1989) era tan vergonzoso que, con sólo 20 años, le dió un  ataque de nervios justo antes de salir a escena. «Estoy enfermo -le explicó al empresario-, no puedo salir a tocar esta noche». «Bueno -replicó éste-, pues, por amor de Dios, salga y dé alguna excusa al público». Horowitz se coloco en el centro del escenario, intentó hablar... y, se dio cuenta de que le daba más miedo hablar que tocar. Así que se puso a ello y dio uno de los mejores conciertos de su vida.


Cardenal Richelieu.
En cierta ocasión, se encaprichó de Madame de Saint Vicent y le ofreció 100.000 escudos a cambió de sus favores sexuales, pero luego se negó a pagarle. Ella amenazó con chivarse y el político aprovechó una reunión en la corte para defenderse públicamente, diciendo: «Señora observad vuestro cuerpo, miraos en un espejo y decid luego si realmente alguien os entregaría esa cantidad de oro por yacer con vos». La dama replicó, ingeniosa: «Otro tanto os aconsejo, señor; miraos también y considerad si una dama se entregaría a un cuerpo así por una cantidad inferior a esa». Las carcajadas no se hicieron esperar.

W. C. Fields.



El actor cómico siempre llevaba consigo un termo que contenía Martini. «Es zumo de piña», decía. cuando alguien le preguntaba por el contenido de su inseparable termo. Un día, Fields le dio un trago y, acto seguido se oyó un alarido que resonó en el set del rodaje: «¡Alguien ha puesto zumo de piña en mi "zumo de piña"!».



Duque de Roquelaure.



Estando en una reunión, el aristócrata dejó escapar una ventosidad de las que dejan huella. El caballero que estaba a su lado, se tapó la nariz y le dijo: «Por compasión, duque, salid de aquí, que oléis muy mal». «No señor -replicó él, con fingida dignidad-. Quien huele mal sois vos, que yo ya procuro no oler nada».



Honoré de Balzac. 




El extravagante escritor notificó la defunción de su tío, que le había legado en herencia sus cuantiosos bienes, del siguiente modo: «Ayer al anochecer, mi tío y yo pasamos a mejor vida».



Demóstenes.





Una vez, el sabio se enfrentó a un ladronzuelo que intentaba robarle su manto. «No sabía que era suyo, maestro -se disculpó-. De haberlo sabido, no os habría robado». A lo que Demóstenes replicó: «Es probable que ignoraras que la prenda era mía, pero, ¿a que estabas seguro de que no era la tuya?».


Señora de Cornuel.



Acudió a su saloncito literario una encopetada dama que, al verla, exclamó: «¡Oh! me habían dicho que habíais perdido la cabeza, y me alegra de comprobar que no es así». Madame Cornuel, a sabiendas de lo malintencionado de su interlocutora, le respondió: «Mi querida madame de Saint-Loup, no dé oídos a todo cuanto oiga, pues a mí me habían asegurado que vos todavía no habíais encontrado la vuestra».


Henry Miller.



En un viaje a Atenas, se topó con unos estudiantes que charlaban sobre literatura. «Miller es nuestro favorito», dijo uno. «¡Pero si soy yo!», exclamó Miller. Al ver que no le creían, el escritor hizo gala de su manera habitual de expresarse y les preguntó dónde coño podía encontrar una puta. «¡Entonces es verdad! -exclamaron los chicos- . ¡Usted es Henry Miller!».


Joaquín Borralleras.





Estando un día en un café, alguien le echó en cara al tertuliano que se hubiese casado por interés. «¿Que me he casado por dinero? -inquirió Borralleras, indignado- ¿Casado por dinero? Quien se ha casado por dinero es mi mujer, que si no llega a tenerlo no se casa».


Ninon de Lenclos.

En cierta ocasión, el militar y escritor Charles de Saint-Évremond le pidió a la cortesana más famosa del siglo XVII que escribiese su autobiografía y le prometió que luego él se la corregiría. Convencido de que hallaría historias de alcoba de lo más picantes, devoró el manuscrito hasta el final, pero sólo halló los pensamientos de una ama de casa corriente y se lo recriminó. Ella se explicó al instante: «Pues os aseguro que he escrito mi retrato... Claro que sólo es el retrato del busto, de medio cuerpo para arriba».

Juan Antonio Bardem.




El cineasta español confesó en una entrevista una de sus máximas aspiraciones personales: «Antes de morirme, me gustaría hacer una película en la que pudiera decir: "A ver, esos cien mil extras, que se echen más a la derecha"».

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