sábado, 16 de febrero de 2013

Personajes

Elizabeth Barrett Browning.




Después de conocer a su colega William Wordsworth, la poetisa inglesa (1806-1861) describió el encuentro con su habitual ironía: «¡Oh! Estuvo muy amable conmigo y me dejó oír su conversación».






Vicent Van Gogh.

Sus pinturas no tuvieron absolutamente ninguna transcendencia mientras vivió (ahora son auténticas joyas) y algunos críticos eran especialmente crueles con él. Uno de ellos llegó a recriminarle: «Nunca he visto esos colores en la naturaleza». Él matizó: «Usted no; pero yo, sí. Es que esto es naturaleza desnuda, y no crea que la naturaleza se desnuda delante de todo el mundo».




Peter Tchaikowski.


Aunque tardó bastante en dedicarse a la música, era algo que le apasionaba desde niño. Un día, su institutriz lo vio muy quieto y le preguntó: «¿Que haces?». «Oigo música», respondió él. «¿Música? ¿Dónde está la música?». El niño se señaló la cabeza y replicó: «Aquí. Iré contigo en cuanto se termine». Y siguió, ensimismado, disfrutando del concierto que, en su imaginación, se estaba dando a sí mismo.





John Steinbeck.



El novelista detestaba la publicidad personal y aceptó una entrevista con Ella Winter a condición de ser juzgado por su trabajo, y no por su personalidad. Al finalizar, Steinbeck le recriminó a Winter que no hubiese cumplido con sus deseos. «¿Qué dije que fuera personal?», insistió ella, sin entender nada. «Mencionaste que tengo los ojos azules».





Dwight Eisenhower.



En 1952, en plena carrera política hacia la presidencia de los Estados Unidos, se acercó una admiradora y le dijo, entusiasmada: «Gobernador, estoy segura de que todo el que tenga dos dedos de frente le votará». «Mi querida señora, eso no es suficiente -replicó Eisenhower-. ¡Necesito la mayoría para ganar!».





Pia Lindström. 




En cierta ocasión, la preciosa hija de Ingrid Bergman entrevistó al tenor Luciano Pavarotti para un programa de televisión. Pia le recordó a la audiencia que, según un refutado crítico, las cuerdas vocales de Pavarotti habían sido «besadas por Dios» y el italiano, todo un conquistador, le respondió: «Creo que a ti Dios te besó por todas partes».




Aimable Pélissier.




Siendo general, el francés se dejó llevar por un ataque de ira y la emprendió a latigazos con uno de sus subalternos. Éste, también cegado por la ira, sacó su pistola y apretó el gatillo... pero el arma se le encasquilló. El general Pélissier gritó entonces. «¡Tres días en la celda de castigo por no tener el arma en perfectas condiciones!».




Robert Browning.



Su poema «Sordello», publicado en 1840, incluye algo similar a una descripción del desarrollo del alma humana, lo que complica considerablemente su lectura. Un día, unos miembros de la Sociedad Poética de Londres convocaron al autor para que les ayudase a descifrar los pasajes más complejos y Browning acudió encantado. Una vez allí leyó un pasaje una vez, lo releyó una segunda y, tras encojerse de hombros, admitió: «Cuando escribí esto, Dios y yo sabíamos qué significaba. Ahora solo Dios lo sabe».


Tennesse Williams.




Tras preguntar al escritor estadounidense (1911-1983) por qué había dejado de visitar a su psicoanalista, muy serio, respondió: «Se estaba metiendo demasiado en mi vida privada».







Winston Churchill.




Tras leer una mañana de invierno en el periódico que un anciano de 90 años había sido detenido por hacerle proposiciones deshonestas a una joven en un parque, el primer ministro del Reino Unido exclamó: «Con 90 años y a 4 bajo cero... ¡Noticias así hacen que me sienta orgulloso de ser ciudadano del Imperio Británico!».




Rupert Murdoch.




El magnate de la comunicación dijo una vez, en respuesta a las duras críticas sobre la prensa sensacionalista: «William Shakespeare escribía para las masas. Si viviera hoy en día, sería probablemente el guionista jefe de "Dinastía" o "Dallas"».






Heinrich Heine.



Un conocido de este poeta alemán publicó un libro y se lo dejó para que le diera su opinión. Éstas fueron las palabras que lo dijo a un amigo común: «Me preguntará mi opinión sobre el libro y no me atreveré a decirle la verdad. El caso es que lo empecé a leer y me aburrí tanto que me dormí. Dormido, soñé que continuaba leyendo el libro y me continuó aburriendo tanto que me desperté. ¿Cómo le digo que es un libro que no sirve no siquiera para ayudarte a dormir?».

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