sábado, 8 de diciembre de 2012

Personajes

Maurice Chevalier.


El cantantes y actor francés tuvo sus devaneos con la artista Jeanne Bour geois, «Mistinguette» y nunca lo ocultó. Recordaba con especial cariño el primer encuentro: una escena cómica en la que ella lo abofeteaba, bailaban de manera desenfrenada, tropezaban con los muebles y desaparecían por una ventana. «Ese día -explicaba, sonriente-, desaparecimos tan a gusto que nadie nos encontró hasta el día siguiente».


Calvin Coolidge.



El estadista norteamericano era muy pragmático y sólo creía en lo que veía. Estando en una granja con unos amigos, vieron un rebaño de ovejas. «Se ve que acaban de esquilarlas», dijo uno de ellos. Y Coolidge apostilló: «De este lado parece que sí»...





Salvador Sánchez, «Frascuelo».



La mañanas antes de una corrida, uno de sus hombres acudió a despertar al granadino al hotel con el rostro desencajado. «Maestro -le dijo, muy nervioso-. ¡La negra!¡Uno de los toros que le ha "tocao" debe pesar como 36 arrobas!». Y Frascuelo, con fingida tranquilidad, le contestó: «¿Y a mí, qué? Eso se lo cuentas a las mulillas, que son las que tienen que tirar del bicho».





David Hilbert.


El matemático alemán recibió en su casa a un profesor extranjero. Le cogió el sombrero, se lo presento a su familia y ambos se pusieron a charlar. Pasados unos minutos, Hilbert ya tenía la cabeza en otra cosa y pensó que la visita estaba durando demasiado. Cogió el sombrero de su invitado, se despidió cortésmente...y se marcho de su propia casa.



Coco Chanel.



Cuando le preguntaban sobre la belleza, la glamurosa francesa siempre decía lo mismo: «La naturaleza te da el rostro que tienes a los 20 años, a ti te corresponde el mérito de la cara que tienes cuando hayas cumplido los 30».






Salvador Dalí.


En cierta ocasión, el extravagante artista entró en un lujoso restaurante de Nueva York con un cachorro de ocelote y lo ató a la pata de la mesa mientras pedía un café. Pasó entonces una mujer por su lado y gritó: «¿Qué es eso?», «Sólo es un gato -dijo Dalí, muy tranquilo-, pintando al estilo op-art». Avergonzada por su reacción inicial, la dama hizo el ademán de acercarse más al animal y replicó: «Ahora lo veo claro. Al principio pensé que era un ocelote auténtico».


Jean Anouilh.



Debatiendo con unos colegas sobre la guerra de sexos, el dramaturgo afirmó: «Entre hombre y mujer, todo es guerra siempre». «¿El amor también?», inquirió uno de ellos. «Desde luego. Fijense que tanto las guerras como el amor no se consideran empezadas oficialmente sin una declaración previa».





Alfonso XII.

Cuentan que el rey y el duque de Sexto salieron una noche de juerga y, al volver a casa, se les unió un desconocido de trato agradable. Cuando llegaron a su destino, los dos primeros se detuvieron. El noble dijo entonces: «Nos despedimos aquí. Soy el duque de Sexto (de cara al desconocido), estoy en mi palacio para lo que necesiten». El otro siguió el mismo patrón, miró al «nuevo» y apuntó: «Alfonso XII, en el Palacio Real». Y el tercero, que nos lo había reconocido por los vapores del vino, apostilló, muy serio: «Pío Nono, en el Vaticano, siempre a disposición de mis amigos».


Serge Lifar.




Una bailarina ya de cierta edad fue a pedirle trabajo. «No me interesa», le dijo. «Maestro, se lo ruego. No soy una precipiante. Llevo 25 años bailando». «Pues siéntese -le espetó-, estará muy cansada».

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