sábado, 9 de febrero de 2013

Personajes

Edward John Smith.


Cuentan del veterano capitán del «Titanic» que, cuando todos estaban en situación de «shock», se condujo de un modo admirable, tratando de ayudar al pasaje sin preocuparse de su propia vida. Una pitonisa le había predicho que aquel seria su último viaje y cuando Smith le contestó que, efectivamente, pensaba retirarse después de inagurar el «Titanic», ella le replicó: «Es que no llegarás a Puerto».





Benjamin Guggenheim.


El empresario estadounidense se hallaba durmiendo cuando el «Titanic» chocó. Giglio, su hombre de confianza, lo persuadió para que se levantase, se abrigase y saliese en la cubierta. Y así lo hizo. Pero, cuando supo que el buque  se hundiría  sin remedio, Guggenheim bajó de nuevo a su camarote y se puso un elegantisimo frac: «Ya que voy a morir -dijo-, prefiero hacerlo como un caballero».





Thomas Andrews.


El ingeniero que diseñó el «Titanic» estaba convencido de que había construido una máquina perfecta que, hablando con un reportero de la época, le espetó que «ni el mismísimo Dios podría hundirlo».








Paco Tous.


El actor, que triunfa en la serie «Con el culo al aire», dice que es un experto en meteduras de pata. La última fue cuando compraba unos cupones de la ONCE y el vendedor le preguntó qué número quería. «Deme usted el que vea», dijo. Y la respuesta fue: «Como sea así, no te doy ninguno».






Ava Gardner.


Considerada como una devorahombres, curiosamente, nunca tuvo nada más allá de una buena amistad con el inolvidable protagonista de «Lo que el viento se llevó», a pesar de que ella solía decir a sus amigos: «Clark fue el hombre de mi vida y, fíjate, ni siquiera le pude tocar el culo».






Dalí.



Después de que terminara su obra teatral «Amor de don Perlimplín con Melisa y su jardín», Federico Gracia Lorca reunió a sus amigos Luis Buñuel y Salvador Dalí para que le dieran su opinión. El primero le dijo que era una obra maravillosamente escrita. «Si acaso. demasiado bien escrita, tal vez por momentos algo ornamentada y evidente, pero ésa es sólo mi opinión». Tras preguntar al pintor catalán, éste le soltó: «Buñuel tiene razón, es una mierda».



Ralph Waldo Emerson.



En cierta ocasión, este filósofo estadounidense del siglo XIX le prestó a un vecino el libro «Diálogos» de Platón. Cuando le preguntó, con curiosidad: «¿Y bien, qué le ha parecido?». A lo que el otro replicó, con petulancia: «Me gustó mucho. Ese tipo, Platón, coincide con muchas de mis ideas».





Dorothy Parker.



Cotilleaba con un amigo acerca de una conocida común con reputación de mujer extremadamente promiscua y Dorothy sentenció: «Es increíble. Sabe hablar 18 idiomas... Y no sabe decir "no" en ninguno de ellos».






Adelina Patti.



La cantante de ópera del siglo XIX solía introducir todo tipo de florituras en las obras para lucir aún más su voz, aunque a menudo, acababa desvirtuándolas. En cierta ocasión, interpretó «El barbero de Sevilla», de Rossini, ante el autor de la obra y éste, al finalizar, acudió al camerino de la diva gritando: «¡Maravilloso! ¡Maravilloso! ¡Ruiseñor de la tierra! ¡Ángel de los cielos!...». De pronto se quedó pensativo y preguntó: «Por cierto, no está nada mal esta ópera... ¿Quién es el autor?».



Julie Andrews.



Durante el rodaje de «Darling Lili» (1970), dirigida por Blake Edwards, la famosa actriz se encaró a su «partenaire», Rock Hudson, y, haciendo evidente alusión a su homosexualidad, le espetó: «Yo soy la primera actriz de esta película, no vayas a olvidarlo».





Aristóteles Onassis.



Cuentan que el armador griego tenía un baño fuera de lo común en el yate Cristina, puesto que daba al despacho y tenía como puerta un cristal tipo sala de interrogatorios. Así, cuando llegaba una visita, Onassis espiaba sus movimientos sentado en el retrete. Un día que acababa de llegar un político importantísimo, el armador inició su curioso ritual hasta que se dio cuenta... de que se estaba viendo en el espejo. La noche anterior, un operario había hecho unas reparaciones y, creyendo que estaba mal colocado, ¡le había dado la vuelta al cristal!



Federico García Lorca.



Oyendo reciente a Rubén Darío «... qué púberes canéforas te ofrenden el acanto», el poeta granadino se levantó y exclamó: «A ver, otra vez, por favor, que sólo he entendido el "que"».

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