lunes, 4 de febrero de 2013

Personajes

Douglas Mac Arthur.


Tras haber liderado al ejército estadounidense en su victoria sobre Japón, el general recibió la visita del actor Bob Hope e insistió en retratarse solo con él. «Verán -les explicó a los demás oficiales-, tengo un hijo de 7 años y en su última carta me decía que le gustaría tener una foto mía junto a alguien verdaderamente importante».





Edouard Manet.


Se casó con una dama bella y estilizada que, con el tiempo, triplicó su peso, por lo que Manet solía coquetear con sus jóvenes modelos. Tras ser pillado in fraganti, su esposa le dijo: «¿Y bien, qué excusa pondrás, grandísimo mujeriego?». A lo que el pintor replicó: «¡Qué sorpresa! Pero dime: ¿quién es, entonces, esa dama a quien quería alcanzar creyendo que eras tú?».





Adriana Ugarte.



Estaba grabando una escena bucólica de la serie «La señora», con un bebé en brazos, al borde de un acantilado... pero tenía tal descomposición que quiso abandonar el set de rodaje antes de que fuera demasiado tarde. «Me pareció más fino decir que necesitaba vomitar -recuerda, divertida- ¡y los de producción me trajeron una papelera!».




Davy Crockett.

Estaba el político del siglo XVIII visitando una feria de animales en Washington cuando se paró ante un asno. Lenguaraz como pocos, enumeró ante sus colegas las similitudes entre las facciones del animal y cierto miembro del Congreso con tan mala pata que, tras finalizar su hilarante monólogo, el interpelado se hallaba justo detrás de él. «Supongo que debería disculparme - le dijo Crockett-. Lo que no sé es si disculparme con usted o con el asno».





Raúl González.



Tras debutar en el primer equipo, el por entonces entrenador del Real Madrid, Jorge Valdano, le advirtió: «Mañana no quiero verte en reportajes subido a un elefante, una jirafa ni nada por el estilo, ¿entendido?». Al día siguiente, Raúl era portada de un diario deportivo subido a la rama de un árbol. «¿Pero yo qué te dije?», inquirió Valdano. «Usted sólo mencionó animales...», respondió el jugador.



Bette Davis.



La actriz se llevaba tan mal con su colega Joan Crawford que llegó a declarar: «La vez que mejor me lo pasé con Joan fue en el rodaje de "¿Qué fue de Baby Jane?"... Cuando la empujé por las escaleras».








Diógenes «El Cínico».



En cierta ocasión, los alumnos de este filósofo que vivía «vestido» con un tonel porque detestaba las convenciones sociales, le preguntaron a qué hora debían ponerse a comer. Sin dudarlo, Diógenes replicó: «Si eres rico, puedes comer cuando quieras; y si eres pobre, siempre que puedas».







Pauline-Eleonore de Broglie.



Descansaba en la Riviera francesa junto a su primera doncella cuando vieron corretear a una niña feísima, aunque vestida con elegantes ropas. La criada no pudo evitarlo y exclamó: «¡Santo cielo! ¿De quién será ese monstruo?». Nada más cerrar la boca, se oyó a sus espaldas: «Mía, es mi hija Blanca». Era una noble italiana de muy buena familia y la princesa de Broglie intervino para suavizar el momento: «Perdonad a mi doncella». Le guiñó el ojo y la invitó a disculparse. «Señora -dijo la criada, ruborizada-, su hija de usted es un monstruo la mar de simpático y adorable».



Thomas Mann.



El Nobel de Literatura en 1929 visitaba a una dama cuya hija tocaba fatal el piano. «Mi niña puede hacer con él lo que usted quiera», insistía la señora. «¿De verdad? -Inquirió Mann- ¿Puede cerrarlo?».







Winston Churchill.



Para advertir a sus colegas conservadores contra la política de apaciguamiento frente a los nazis, les contó una historia. Acababa de regrasar de Berlín, donde el zoo exhibía una jaula con un león y un cordero convivían en paz y armonía. Admirado por ello, un turista le preguntó a un empleado de zoo: «¿Dónde han encontrado esta maravilla de león?». A lo que el cuidador replicó: «El león no es lo difícil. Lo difícil es el cordero. Cada día necesitamos uno nuevo».


Demi Moore.



La actriz confesó en el «show» de David Letterman que su secreto de belleza son las sanguijuelas. Aunque, a tenor de su explicación, no lo tenía muy claro: «Te desintoxican por dentro, por una enzima que vuelcan en tu sangre. Pero no sirve cualquier sanguijuela. Tienen que estar médicamente entrenadas».




James Whistler.


En cierta ocasión, se topó con un colega, Frederic Leighton, famoso por pintar con todo detalle. El maniático Leighton odiaba que Whistler dejase sus cuadros como meros esbozos. «¿Por qué no los termina?», le preguntó. «Dígame, Leighton -replicó Whistler-, ¿por qué usted empieza los suyos?».

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