viernes, 18 de enero de 2013

Personajes

Alejandro Sanz.


Volviendo de un concierto por la paz que había organizado Juanes en Colombia, el avión empezó a moverse increíblemente. En pleno «ataque» de pánico, Sanz recordó que su compañero de asiento, Juan Luis Guerra, es pastor, y le dijo: «Oye, tú que tienes mano con Dios, habla con él». «¿Yo? -replicó Guerra- Ya he hablado. Me ha dicho: Salmo 4.40. ¿Por qué temes? ¿Es que no tienes fe?».



Federico Augusto I.


El rey de Sajonia (1806-1827) tenía a su servicio un barbero con el que compartía su pasión por el vino. Un día, el monarca quedó tan mal afeitado que, indignado, le grito a su empleado: «¡Eso pasa por tanto alcohol!. «Eso es muy cierto, majestad -asintió el barbero-. El alcohol reseca mucho la piel».





George Washington.


Estaba cenando con unos amigos y se quejó de que le había tocado sentarse de espaldas a la chimenea que, calentaba la habitación y se estaba achicharrando. «Un general debe estar acostumbrado al fuego», le replicó uno de sus compañeros de mesa. «Sí -confirmó el presidente de Estados Unidos-, pero no por la espalda».





James A. McNeil Whistler.



En cierta ocasión, el pintor se topó con una admiradora que le dijo: «Hoy había en las orillas del Támesis una bruma deliciosa, algo que me recordó a sus cuadros. Fue como si cobrasen realidad». «En efecto», respondió él. Y sentenció: «Poco a poco, la naturaleza va entrando en razón».





Conde Gottlieb Von Haeseler.



Este general alemán del siglo XIX estaba en la sala de espera del tren fumándose un puro cuando entró en la habitación otro pasajero. Contrariado por el olor del tabaco de Von Haeseler, sacó uno de sus cigarros y se lo ofreció diciéndole: «No hay nada mejor que uno de estos en buena compañía». el militar lo cogió, se lo guardó en su pitillera y siguió con su puro. «¿Por qué no lo enciende?», le preguntó el extraño, contrariado. «Esperaré, como usted muy bien dice, a encontrarme en buena compañía».


Hetty Green.



Esta multimillonaria norteamericana (1834-1916) tenía un perro con la fea costumbre de morder a los ricos. Cuando le preguntaban por tal actitud, Green respondía, orgullosa: «Me quiere y no puede soportar que haya otros más ricos que yo».





Reina Victoria.



La tatarabuela del rey Juan Carlos y la reina Sofía quería que su futuro marido, el príncipe Alberto, tomase el título de rey consorte tras el enlace. Lord Melbourne, a sabiendas de lo estrictos que eran en el Parlamento, la advirtió de los riegos: «Por Dios, olvídalo. Si permites a los ingleses que "hagan" reyes, también les das permiso para que los "deshagan.




Óscar Ladoire.


Siendo un chaval, trabajó como peón en la construcción de El Corte Inglés de la Diagonal de Barcelona. «El capataz nos dijo: "Zagales, coged esos picos y empezar a rebajar el encofrado" -cuenta el actor-. Como no volvió en toda la mañana, seguimos y seguimos hasta que lo rebajamos una planta entera. Cuando volvió, aquel buen hombre nos quería matar».



J. Paul Getty.



En cierta ocasión, el magnate del petróleo y coleccionista de arte (1892-1976) recibió una propuesta de una revista para que explicase el secreto de su éxito, acompañada por un cheque de 200 libras. Con tan escaso presupuesto, el texto enviado por Getty fue el siguiente: «Algunas personas encuentran petróleo. Otras no».



Richelieu.



El duque se casó a los 15 años con una joven de 18 que sufría una deformidad y con la que jamás consumó su matrimonio. Un día, la pilló in fraganti con uno de sus amantes y se lo recriminó: «¡Sea más discreta, mi señora! Suponga que fuese cualquier otra persona quien la hubiese encontrado así».




Ada Rehan.

La actriz siempre recordaba con ternura la misma anécdota, referente a una obra de teatro en la que un joven actor sin experiencia se le declaraba. En dicha escena, él le hacía una pregunta vital y ella callaba, como considerando que responder. La siguiente línea del muchacho debía ser: «No digas nada», pero se bloqueó y se quedó mudo. Ada esperaba para darle la réplica y, como el chaval no arrancaba, el apuntador le susurró: «No digas nada...No digas nada». Histérico, el joven actor se fue hasta él y le recriminó: «¿Cómo demonios quieres que diga algo si no recuerdo qué tengo que decir?».


Will Rogers.


Estando en París, el cómico le compró una postal de Venus de Milo y se la envió a su nieto pequeño con el siguiente texto: «Ésto es lo qué te pasará si no paras de comerte las uñas».

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