sábado, 29 de diciembre de 2012

Inventos

El puente colgante.


Ideado por los chinos en el siglo III a. C., era, simplemente, una cadena sobre un río. Posteriormente, los incas emplearon cuerdas de lana de llama y alpaca. El primero construido con siderurgia data de 1801 en Jacob's Creek (Pensilvania), obra del ingeniero James Finley. El puente colgante más largo del mundo es el Akashi-Kaikyo (Japón), de 3.911 metros.



Los anticonceptivos.
La primera píldora anticonceptiva salió al mercado el 18 de agosto de 1960 en Estados Unidos. La había creado el biólogo estadounidense Gregory Goodwin Pincus y contenía hormonas femeninas (estrógenos y progesterona) elaboradas sintéticamente para imitar la acción de las hormonas naturales. En España, empezó a comercializarse en 1966 con receta médica.


El cinturón.
Los hombres ya usaban correas de cuero en el Neolítico para ceñirse sus pieles a la cintura y a las mujeres del antiguo Egipto las ayudaban a ajustarse las túnicas. En el Imperio Romano se convirtió en símbolo de poder y dignidad. Tanto que la peor ofensa a un militar era retirarle el cinturón (acto con el que se le expulsaba del ejército). En épocas de guerra ha sido indispensable para aguantar las armas y, después de la II Guerra Mundial, se convirtió en el complemento de moda ideal para resaltar la cintura.


Las burbujas para empaquetar.



Nacieron en el garaje de Al Fielding y Marc Chavannes, de New Jersey, cuando ambos intentaban crear un papel para forrar paredes sencillo de limpiar. No triunfó para eso, pero descubrieron que era ideal para proteger  objetos valiosos, Se vende desde 1960.






La ensalada César.
En 1939, unos pilotos norteamericanos pasaron a comer en el restaurante del hotel Peñafiel (Tijuana, México) y pidieron una ensalada. Como en aquel momento el chef, un mexicano de origen italiano llamado César Cardini, no disponía de tomates, echó mano de una antigua receta de su madre y preparó una ensalada a base de lechuga, trozos de pan y queso, y la aliñó con una salsa de su propia invención a base de salsa worcestershire con otra de anchoas y pimienta negra. La llamaron «ensalada de los aviadores» hasta que, en 1948, el propio Cardini registró su exquisita receta como  Ensalada César.

Los automáticos.


Los famosos botones a presión con los que en la actualidad cerramos las chaquetas, vaqueros y hasta bolsos surgieron de la imaginación del empresario francés Albert-Pierre Raymond en 1886. Hoy en día, son indispensables en el mundo de la moda.


El archivador de anillas.

Los primero surgieron de la mano Friedrich Soennecken de Bonn en 1886, un prestigioso inventor artífice, también, de la punta redonda de los bolígrafos y de la máquina para hacer los agujeros en el papel para poder insertarlo después en las anillas, y los creó para archivar cartas.

El metro plegable.


En 1885, Anton Ullrich tuvo la idea de unir las tablillas de un metro mediante articulaciones, encajándolas unas en otras. Sigue siendo muy útil porque, cuando se abre, permanece rígido, pero ocupa muy poco espacio una vez plegado. Cuatro años después, Ullrich fundó Stabila, conocida mundialmente por sus herramientas de medición.


El libro.
Los primeros en utilizarlos fueron los sumerios y babilonios, que grababan caracteres o dibujos con un punzón en planchas de barro. Mucho más similares a los libros actuales eran los rollos de papiro de egipcios, griegos y romanos, en los que se escribía con plumas de junco. Ya en el siglo XV, dos innovaciones tecnológicas revolucionaron la producción en Europa: el papel y la imprenta con tipos móviles de metal.



La salsa de soja.


Hace más de 2.500 años, un sacerdote japonés inventó la salsa de soja tal y como la conocemos hoy día, aunque cuando adquirió más popularidad fue a partir del siglo VI, cuando la prohibición budista de comer carne llevó a Oriente a buscar condimentos alternativos de origen vegetal como la salsa que se obtiene de la fermentación de esta leguminosa. La auténtica sólo lleva agua, soja, trigo y sal, ni aditivos ni colorantes, y es baja en calorías.



El mosquetón.


Los primeros eran unos ganchos con los que los soldados de caballería se colgaban el mosquetón -de ahí su nombre- a la bandolera. En 1909, Otto Herzog empezó a utilizar esos mismos ganchos para mejorar la seguridad de los montañeros y no fue hasta 1957 cuando Yvon Chouinard, experto en montaña, fabricó uno de acero específico para escaladores.

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