miércoles, 26 de diciembre de 2012

Personajes

Aldous Huxley.
 


Hablando con los amigos sobre los distintos tipos de amor, el escritor británico dijo, muy convencido: «En verdad, hay muchas clases de amor, pero todas peligrosas». «¿Incluso el amor romántico?», le preguntó uno de sus amigos. «Yo creo que éste es el más peligroso. Sin duda, es como jugar con una pistola que crees que no está cargada. Y siempre lo está».




Benjamin Franklin. 


El estadista, diplomático y científico estadounidense predijo la muerte del director de un periódico rival mediante un estudio astrológico y, aunque pasó la fecha, nada sucedió, y era promulgando su éxito y diciendo que estaba vivo, Franklin siguió promulgando su éxito y diciendo que estaba muerto. Cuando al final el hombre realmente murió, Benjamin Franklin tuvo la desfachatez de publicar la siguiente nota: «Ahora que los amigos de XX han aceptado por fin su muerte...».


Pio Baroja.





Preguntado sobre cuál era su opinión sobre la diplomacia norteamericana, el escritor vasco dijo escuetamente: «Los Estados Unidos no tienen diplomacia; tienen dólares».






Alejandro Dumas.



la víspera del estreno de la adaptación teatral de «La Dama de las camelias», la protagonista, Marie Doche, le preguntó a su autor: «Querido Dumas, ¿cómo me visto para interpretar a una prostituta?», «No se preocupe -respondió él, sin vacilar-, uno de los que acostumbra a llevar a diario será perfecto».





Miguel Romanov.

 Entró en su prestigioso restaurante neoyorquino y había una dama encopetada pidiendo caviar de importación. Por mucho que le aseguraron que se traía todos los días desde Rusia, ella insistía: «O es el mejor o me marcho». Finalmente, fue el mismísimo príncipe Romanov quien se acercó a su mesa: «Le doy mi palabra de que es el auténtico caviar que se consumía en el palacio del zar antes de la revolución». «Eso ya es otra cosa -se disculpó la dama-. Perdone si fui excesivamente rigurosa, pero es que no entiendo nada de caviares y temo no distinguir si es el peor o el mejor del mundo».



Condesa Lara.



En la intimidad de la cama, uno de sus amantes le preguntó su edad. La poetisa lo miró dulcemente y replicó: «Querido, yo nací con el primer beso que me diste». Y mantuvo intacto su secreto.







Madame de Nemours.



El señor de Vandôme dijo de ella que poseía una nariz tan ganchuda y unos labios tan pequeños y pintados que parecía un loro comiéndose una cereza. Al instante, la dama le dio la réplica: «Y vos, señor, temo que muchas veces no podáis salir de los aposentos de frente, dado lo poblado de la misma, cosa que os da el mismo aspecto que un ciervo, merced a lo mucho que vuestra mujer os adorna».




Servio Sulpicio Galba.


Antes de ser emperador de Roma, el senador fue gobernador de Hispania y siempre usaba la misma muletilla («Si me equivoco, os ruego que me corrijáis o me enderecéis»), cosa que a sus colegas les provocaba mucha risa porque el hombre era jorobado. Un día, uno de ellos no pudo más y le replicó: «Veo que eres considerado. También yo quiero serlo contigo advirtiéndote de que es posible que podamos corregirte, pero no lo es que te enderecemos».




 W. C. Fields.



En sus últimos momentos, el actor estadounidense (1879-1946) pidió una Biblia y se puso a hojearla con ansiedad. «¿Qué buscas?», le preguntaron. «Ya lo ves, a ver si encuentro la última escapatoria».







Georges Feydeau.


El rey del vodevil estaba en la puerta de un hotel cuando se le acercó un caballero y, creyendo que era el portero, le preguntó: «¿Tiene habitación?». «Pues sí», replicó Feydeau. «¿Puede decirme el precio?». «Desde luego: 12 francos». «¿Puedo verla?». «¿Por qué no?» Suba usted». Y llevó al viajero al cuarto que usaba él. «Me la quedo», dijo el hombre. «No, eso ya es demasiado. Le contesto a todo, le digo hasta el precio de mi habitación, ¿y me la quiere quitar? Eso sí que no».




Rafael Guerra. «El Guerrita».




Le presentaron a Ortega y Gasset como «un famoso filósofo» y el torero exclamó: «¿Filósofo? ¿Y eso qué es?», Tras intentar explicárselo, El Guerrita le espetó a Ortega: «¿Así que se dedica usted a pensar en las cosas? ¡Hay gente "pa tó"!».






Clemenceau.


Un día le tocó presenciar el discurso eterno de un diputado hasta que, aprovechando un brevísimo silencio, el presidente de la Cámara le dijo: «Si su señoría desea descansar un rato...». «Gracias, no estoy cansado», replicó el orador. Clemenceau ya no pudo más y, desde el banco del Gobierno, insistió: «Si su señoría quiere dejarnos descansar un rato a nosotros...».

No hay comentarios:

Publicar un comentario

LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...