lunes, 19 de noviembre de 2012

Personajes del Mundo

Jean de la Fontaine.

El escritor francés fue muy infeliz en su matrimonio. Se separaron cuando el hijo de ambos tenía 4 años, y La Fontaine no volvió a verlo hasta muchos años después, en París. Cuando le dijeron al muchacho que aquel era su padre, el joven exclamó: «¡Ah!¡Ya decía yo que le había visto en alguna parte!».









James Caan. 


Siendo un crío, su padre le dijo que irían a visitar a Andrew, su padrino. «Llegamos a una especie de campamento. Jugué a fútbol, a ping pong, comimos con reyes...Fue el mejor día de mi vida -recuerda el actor- y quise quedarme a dormir, pero mi padre se negó en rotundo. Luego supe que no era un campamento, sino una prisión federal».








Billy Graham. 



El mediático reverendo evangelista (1918-2002) fue a predicar a una modesta población, pero antes quiso ir a Correos. Tras preguntarle a un muchacho por la oficina más cercana, lo invitó a su sermón: «Si vienes a la iglesia baptista, podrás oírme contar a todo el mundo cómo llegar al cielo». «No creo que vaya -respondió el joven-. Después de todo, usted ni siquiera sabía cómo llegar a la oficina de correos...».







Stravinsky. 



Al nacionalizarse estadounidense, el funcionario era incapaz de escribir su nombre. «Stra-vins-ky», repetía el ruso. «Ya está -replicó el burócrata-. Y sepa que la ley le ampara si quiere cambiar de apellido».










Hug Laurie. 

Al recoger un Globo de Oro por su papel en «House», inició su discurso diciendo: «He elaborado una lista de las personas que merecen mi agradecimiento público. Son 162. ¿Preparados?». Tras una sonora carcajada del público. Laurie continuó: «Como sabía que sería imposible, escribí los 162 nombres en papelitos y me limitaré a sacar tres al azar». Sacudió el bolsillo de su pantalón a modo de bombo de loteria y dijo: «¡Quiero dar las gracias al supervisor de guiones Ira Horwitz!» (aplausos). «¡Y agradecer su magnifica labor a la peluquera Diana Acrey!» (más aplausos). «Y también a mi gente, Christian Hodell» (nuevos aplausos). «Eh, un momento: ésta no es mi letra. ¡Vaya, Chris, qué bien te lo has montado!».




Oscar Wilde. 



Era un niño muy ingenioso y, cuando la profesora le reñía por tener las manos llenas de tinta, solía enseñar las palmas de las manos y le decía: «Es la sangre azul de los Wilde»

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