Picasso.
El magnífico pintor malagueño adoraba recibir visitas en su casa del sur de Francia y muchos de sus invitados se sorprendían al comprobar que no tenía colgado ni uno sólo de sus cuadros. «¿Es que no te gustan tus pinturas?», le pregunto un amigo lleno de curiosidad. «Me encantan -respondió él-. El problema es que... Verás, no puedo permitírmelas».
Ava Gardner.
Muchos fans de la estrella de Hollywood pensaban que su marido, Frank Sinatra, era demasiado poco para ella. Incluso la prensa llegó a publicar un reportaje con el desafortunado titular: «Eh, Eva, ¿qué ves es este tipo? Apenas pesa 50 kilos». Esa fue la gota que colmó el vaso. Ava replicó, muy solemne: «47 kilos son de pene».
David Ben-Gurión.
El primer ministro israelí paseaba por Tel-Aviv cuando se topó con un árabe que se lamentaba amargamente, diciendo: «¡Ah, qué desgraciado soy; eso de picar piedra, transportarla, llevarla a pie de obra durante ocho horas, es terrible, terrible!» Ben-Gurión le preguntó cuánto tiempo llevaba haciéndolo, y el otro respondió, quejumbroso: «Señor, empiezo mañana».
Macaulay Culkin.
En 1991, acudió como invitado estrella al especial navideño que organizaba Bob Hope en televisión. Acababa de presentar «Solo en casa 2: perdido en Nueva York» y Hope, haciéndole un guiño al filme, le preguntó: «¿Cómo te dejaron tus padres solo en casa por segunda vez?». El chaval, que entonces tenía 11 años, lo tuvo claro: «Porque la productora ganó 500 millones de dólares en la primera ocasión».
Sir Oliver Franks.
En diciembre de 1948, una radio de Washington telefoneó a varios embajadores para preguntarles cuál era su mayor deseo para aquellas Navidades. «La paz en el mundo», respondió el francés. «Libertad para todos más allá del imperialismo», matizó su colega ruso. Entonces fue el turno del embajador británico, sir Oliver Franks: «Son ustedes muy amables. Desearía una caja de frutas escarchadas».
Rita Rudner.
Recordando sus Navidades familiares, la actriz estadounidense comentó: «Mis padres, toda mi vida, celebraron a la vez mi cumpleaños y las fiestas de navideñas... ¿Se imaginan lo frustrante que es eso para una criatura, especialmente si yo nací en Julio?».
Jacinto Benavente.
Contemplaba una mujer la estatua que el dramaturgo se había mandado hacer y comentó: «Hermoso busto, pero sin sexo», probablemente refiriéndose a que éste nunca fue un gran amador de mujeres. Siguiendo la fábula, don Jacinto replicó: «Señora, se deja usted algo» Ella quiso saber qué era. «No ha terminado la cita, ya que el autor añade: "Dijo la zorra"».
Narváez.
En 1840, la hacienda española atravesaba un bache económico tan severo que el entonces responsable del Gobierno convocó una reunión entre sus asesores y uno de sus acreedores. Éste, ansioso por cobrar, les dijo: «España cuenta con hombres insignes, como Cristóbal Colón, que descubrió América. ¿Por qué nadie del Gobierno descubre la manera de pagarnos?». El propio Narváez replicó: «Mire usted, Colón descubrió América porque había una América que descubrir; nosotros no podemos descubrir dinero porque no lo hay».
Robert Koch.
De niño, un profesor castigó al médico alemán con escribir tres páginas sobre la pereza por no hacer sus deberes. Koch escribió en un papel: ESTO; en el segundo: ES; y en el tercero: PEREZA.
Rodolfo Valentino.
El famosísimo actor de cine mudo y Jean Acker protagonizaron uno de los romances más cortos del mundo del cine. Y, sin duda, la separación más sonada. Al parecer, la joven abandonó a su flamante esposo la mismísima noche de bodas alegando que «no funcionaba bien» y que «era un buen amante... pero de la tranquilidad».
Margarita de Provenza.
La esposa de Luis XI de Francia adoraba a su marido, pero sus citas a solas eran escasas porque su madre, Blanca de Castilla, veía con malos ojos todo lo relacionado con el sexo. Así que ambos tenían que amarse a hurtadillas lejos de doña Blanca. Un día que la mujer paseaba por los jardines de palacio, vio Luis XI a dos gorrioncillos en actitud amatoria y les dijo: «Despachad pronto, inocentes pajarillos, antes de que venga por aquí mi suegra...».
Phileppe Léotard.
En cierta ocasión, preguntaron al actor francés (1940-2001) hasta donde estaría dispuesto a llegar por amor. El ingenioso Léotard respondió, tratando de poner un gesto solemne: «¡Hasta la fidelidad, amigo mío!».
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