domingo, 27 de abril de 2014

Personajes

Aimée de Coigny.


La esposa del duque de Fleury se divorció tantas veces que un día decidió dejar de casarse y tener amantes. «Sería muy complicado casarse con tantos, uno tras otro -argumentaba-; prefiero el matrimonio real, casarme con todos un poco».






Sacha Guitry.

En cierta ocasión, le preguntaron a uno de esos hombres pagado de sí mismo que no paró ni un instante de presumir de sus logros ni de su fortuna. «Aquí donde me ve -le dijo al escritor-. soy un aútentico "self made man", es decir, que me he hecho a mí mismo». A lo que Guitry replicó: «¡Lo contento que se pondrá Dios al saberlo! Así se quitará de encima toda responsabilidad»







Honoré de Balzac.


El novelista francés tenía una larga lista de deudas, por lo que siempre estaba rodeado de «Mire usted, monsieur, mañana tengo que pagar una deuda y le agradeceré mucho que me pague usted hoy». Balzac fingió estupefacción y le dijo: «Muy bonito, usted contrae deudas y viene a mi casa con la intención de que yo se las pague».
acreedores. Uno de ellos intentó una táctica nueva y le dijo:





George B. Brummell.


En cierta ocasión, le preguntaron al famoso dandy inglés de principios del siglo XIX por el secreto de su éxito con las mujeres. «Es fácil. Trato a las verduleras como duquesas y a las duquesas como a verduleras, y me va tan ricamente».







Federico Augusto I.

El que fuera rey de Sajonia a partir de 1806 tenía una considerable afición a la bebida, al igual que su barbero. Un día, mientras lo afeitaba, le temblaba tanto el pulso que acabó cortando al soberano en una mejilla. «¿Ves lo que hace el alcohol, pedazo de bruto?», le grito Federico Augusto I. A lo que el hombre, algo beodo pero aún lúcido, replicó: «Ya veo cómo la bebida os reseca la piel, majestad».






León XIII.

Siendo nuncio en Bélgica, algunos colegas del cuerpo diplomático quisieron ponerlo en un apuro y le ofrecieron una cajita de rapé en cuya tapa figuraba una mujer desnuda. Tomó un poco de rapé y devolvió el resto, imperturbable. Pero insistieron en darle la cajita de nuevo. Se dirigió a su dueño y, señalando el retrato, le preguntó: «¿Es su esposa o su madre?».





Marqués de Mirabeau.


Era tan feo que hasta él se sorprendió cuando lo detuvieron por presunta seducción. En los tribunales, Mirabeau optó por defenderse a sí mismo. «Señores -dijo, muy serio-, he sido acusado de seducción. Por todo alegato y por toda defensa solicito que sea colocado mi retrato en la escribanía».







Mark Twain.

Contaba siempre que tenía un antepasado mudo. O, al menos, eso creían. Un día, le llevaron a un barracón de feria en el que una jovencita le hizo un «striptease» y, al verla desnuda, exclamó: «¡Esto sí que es bueno!». Todos se quedaron helado al oírle hablar. «Pero, ¿tú no eras mudo?», le preguntaron. «¿Yo? No». «¿Y por qué no hablabas?». «Porque nunca había visto nada que mereciera la pena comentar».






Rossini.


Tenía un fan que le pedía a diario un autógrafo. «Otro día», le repetía el compositor. Hasta que el hombre se plantó: «Ya no puede ser otro día porque mañana me voy a París. Y no tendré más ocasión de veros». Rossini se armó de paciencia y escribió: «Buen viaje. Espero que sea verdad eso que decís de la ocasión».







Marthe Chenal.

Una rica aristócrata quería que cantase ópera en una fiesta y Chenal le pidió mil dólares. «Es mucho dinero, pero se lo daré -dijo la anfitriona-. Eso sí, en mi casa los artistas se retiran tras actuar y no se mezclan con los invitados». «Eso lo cambia todo -exclamó Marthe-. Odio alternar con los invitados. Sin tal obligación serán cien dólares, por cobrarle algo».








Jacinto Benavente.



El poeta sentía una enorme animadversión por su colega con quien coincidía a menudo en un café. Un día, el hombre apareció con el carrillo muy hinchado y dijo, quejoso: «Siempre pensé que los dolores de muelas eran cosa propia y única de los imbéciles...». «Pero hombre de Dios -replicó don Jacinto-, ¿y qué le hace pensar que no está usted en lo cierto?».






George Bryant Brummel.


El dandy por excelencia del siglo XIX estaba un día en palacio y, abusando de la confianza que le otorgaba el príncipe de Gales, le dijo: «Gales, tira de esa cuerda, que no me apetece levantarme y necesito al servicio». El futuro rey Jorge IV cumplió la «orden» sin reflejar el enojo que aquello le estaba causando pero, cuando llegó el criado, le ordenó: «Avisa al cochero del señor Bummel, que va a salir de aquí inmediatamente».






Guillermo II.


Una noche, uno de los espías que tenía el emperador repartidos por varias ciudades con la finalidad de enterarse de los cotilleos sobre su persona, detuvo a un borracho que alzó su copa diciendo: «¡Por el loco emperador!». Para salvarse del calabozo, el bebedor se excusó explicando que no se refería a Guillermo, a lo que el espía contestó: «Mientes, todo el mundo sabe que el único emperador loco es el nuestro».






Tomás Moro.


Su bufón, un tal Pattherson, exclamó al ver a un hombre narigudo en el salón de su señor: «Vaya, narizotas entra por las puertas, señor». El criado, después de varias miradas amenazantes de sir Tomás, aclaró: «En verdad, al señor de X no se le ven bien las narices».








Julio Herrera y Obes.




En una ocasión, el presidente de la República uruguaya recibió a un grupo de maestras para atender sus peticiones. Como hablaban todas a la vez, el dirigente les propuso: «Que empiece la maestra de mayor edad de todas». Las señoras, callaron al instante, por lo que el presidente Herrera abandonó la sala diciendo: «Si eso era todo...».

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