jueves, 11 de abril de 2013

Personajes

Alfonso Paso.


En los años 70, se hizo famosa en España una crítica tan breve como ácida que firmaba Alfredo Marqueríe sobre el estreno de una representación del por entonces popular Alfonso Paso. Rezaba lo siguiente: «Ayer se estrenó otra obra de Alfonso Paso. ¿Por qué?».





Isabel I de Inglaterra.

En una reunión privada, la reina, una mujer muy poco dada a la etiqueta, observó que salía mucho humo de una lámpara, se levantó y la apagó. «No tenía por qué molestarse -dijo una de sus damas-. Si lo hubiera dicho...». «Si os lo hubiera dicho, habríais llamado al gran jefe de ceremonias, éste habría llamado al gran chambelán  éste habría llamado al gran mayordomo, éste a uno de los alabarderos, éste a otro... Y, entre tanto, la lámpara habría continuado echando humo. Y, ahora, apagada está».


Arthur Koestler.



Tras el ferviente saludo de un admirador, éste le confesó que no entendía esa necesidad de algunas personas de conocer personalmente a sus ídolos: «Es como si te gusta el "foie" y ansías saludar personalmente a la oca».





Avigdor Lieberman.

El ministro israelí de Asuntos Exteriores ha dejado a su pueblo boquiabierto con su intervención en la cadena de radio pública para hablar sobre los últimos acontecimientos en torno a la franja de Gaza. Y es que, entre frase y frase, se oyó claramente... ¡la cadena del retrete! Sin duda, más de uno pensó que, en aquel programa, se sentía como en casa.



Marie Doche.


La víspera del estreno de la adaptación teatral de «La dama de las Camelias», la actriz belga Marie Doche, que iba a ser la protagonista, se dirigió a su autor, Alejandro Dumas, porque tenía serias dudas sobre su atuendo. «Querido Dumas, ¿que vestido he de ponerme para representar a una prostituta?». «¡Oh! No se agobie por eso -replico él-. Uno de los que acostumbra a llevar a diario será perfecto».


Bill Shankly.




Un ojeador le preguntó al mánager del Liverpool su opinión sobre un joven jugador que acababa de hacer una prueba para convertirse en profesional. «Lleva el fútbol dentro -replicó el siempre mordaz Shankly-. Lo lleva en la sangre... pero aún no le ha llegado a las piernas».




Clarence Seward Darrow.




Durante una entrevista, un periodista le preguntó al famoso abogado y jurista estadounidense: «¿Su éxito social se debe al trabajo?». «Si,señor -replicó Darrow, convencido-. Yo trabajé de joven en una granja hasta que me harté. Y entonces me dije: "No vuelvo a reventarme más". Y así empezó mi éxito social».



Alejandro Dumas.



Lo invitaron a pasar un domingo en una finca de los alrededores de París en la que todo era muy pequeño: la casa, el jardín... El propietario vio a Dumas frente al estanque, se acercó a él y, con evidente falsa modestia, le dijo: «Es muy pequeño, pero en este estanque se ahogó el año pasado un amigo mío». «Sería un adulador», replicó el escritor.



Álvaro de Figueroa.
Siendo el conde de Romanones presidente del Congreso de los Diputados, los conservadores anunciaron una interpelación contra el partido liberal (liderado por el mismísimo Figueroa), presentada por un diputado tan bajito que apenas le asomaba la cabeza por encima del escaño. En medio de un incendiario discurso, el conde lo interrumpió y le dijo: «Perdone, su señoría. Es mi deber recordarle que el reglamento de esta cámara dicta que todo diputado debe ponerse en pie para hacer uso de la palabra».


Henry Jordan.


El jugador de fútbol americano de los años 60 estaba encantado con su entrenador, Vince Lombardi, a pesar de que éste tenía métodos altamente reprochables para trabajar. Jordan lo describía de un modo un tanto particular: «Es un hombre justo. Nos trata a todos por igual: como a perros».



Ana Botella.





En cierta ocasión, a la entonces concejala de Asuntos Sociales le tocó lidiar con un espinoso asunto del matrimonio de personas de un mismo sexo. Suya es la mítica frase: «Las manzanas no son peras, y una manzana y una pera no son dos manzanas, ni dos peras».



Thurman Arnold.



Aunque podía permitirse perfectamente un chófer, el jurista norteamericano conducía siempre su propio vehículo  Una noche en la que salía de un club muy elegante con su esposa, el portero le preguntó: «Señor Arnold, ¿quiere que llame a su coche?». «Llámelo si quiere -contestó él, con una sonrisa- , pero dudo que venga».

No hay comentarios:

Publicar un comentario

LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...