Don Shula.
En 1972, siendo entrenador de los Miami Dolphins, llevó a su familia al cine y todos los allí presentes se pusieron a aplaudir. «Es increíble -le dijo Shula a su mujer-. Había olvidado el poder mediático y el interés de la gente por el deporte. Esta ovación demuestra lo mucho que les gusta el fútbol». Al rato, se le acercó un hombre. «Discúlpenos. Es que nos alegramos tanto de verlo....El proyeccinista nos amenazó con no poner la película si no entraban cuatro personas más».
Camille Saint-Saëns.
Tras mucho suplicárselo, accedió a escuchar a una cantante que, como mucho, llegaba a «amateur» bienintencionada. En su intento por agradarle, la mujer anunció que iba a interpretar una melodía del propio compositor: «¡Oh, Maestro! sabe usted, estoy temblando...¡estoy tan asustada!». Él la miró y respondió: «No tanto como yo, señora».
Gerard R. Ford.
En un viaje a Omaha, una anciana se acercó al 38° presidente de los Estados Unidos y le dijo: «Anoche oí su discurso». «¡Oh! -replicó él, con falsa modestia- no fue nada». «Eso fue exactamente lo que oí, nada», concluyó la dama.
Gioacchino Rossini.
El compositor italiano del siglo XVIII era un enamorado de la buena mesa y siempre presumía de haber llorado sólo en tres ocasiones. Una, cuando le silbaron su «Barbero de Sevilla»; la segunda, al oír cantar un aria a Carafa; y la tercera, tras caérsele un pavo trufado al río durante una excursión en barca. Cuando le preguntaron cuál de las tres cosas le había dolido más, replicó, emocionado: «Es que el pavo era irrecuperable».
Madeleine Renaud.
La actriz francesa se topó con Salvador Dalí y le dijo: «Quiero que sepa que le admiro muchísimo y que no hay duda de que es usted un genio». El nada modesto Dalí sonrió y se limitó a contestarle: «Pienso como usted, señorita».
Ramón Campoamor.
Cuentan que el poeta y político recibió una invitación para ir a comer a casa del entonces presidente del Gobierno de España, Antonio Cánovas del Castillo. Como no podía asistir, le envió una inolvidable nota de disculpa que finalizaba así: «Recuerdos a don Antonio, a quienes unos envidian el talento, otros la casa y todos la mujer».
Wenceslao Fernández Florez.
El humorista gallego vivió más de 30 años esperando que el Ayuntamiento de A Coruña hiciese efectivo el regalo que le habían prometido: una casa. Cuando le preguntaban, decía: «¿Me habré confundido y en vez de una residencia veraniega me habrán otorgado un nicho residencial?».
José de Letamendi.
El doctor llevó a sus alumnos ante un cadáver y les dijo: «Un buen médico no debe sentir repugnancia y poseer ojo clínico». Entonces, introdujo el dedo índice en el orificio posterior del cadáver, se lo llevó a la boca y les pidió que le imitasen. Tras hacerlo todos, Letamendi concluyó: «Muy bien y muy mal a la vez. Queda probado que pueden vencer la repugnancia natural, pero de ojo clínico andan fatal, ya que han usado siempre el mismo dedo sin percatarse de que yo usé dos: uno fue al cadáver y el otro en mi boca».
Marilyn Monroe.
Una multitud la esperaba en la estación del tren. A la rubia le entró el pánico escénico y le dijo a uno de sus acompañantes: «¿Qué hago? ¿Qué les digo?». El hombre ni lo dudó: «Baja de espaldas...y habla conmigo, que saldré justo detrás».
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