La piel.
La piel es el manto natural que protege nuestro cuerpo. Pesa de 3 a 4,5 kilos. Si se pudiera extender ocuparía una superficie de 18 m². Su espesor varía mucho: es minimo en los párpados y máximo bajo los pies. En la piel se distinguen dos estratos principales: la epidermis, más externa, que mide por término medio un milímetro, y la dermis, más profunda, que alcanza 4 milímetros. La parte superficial de la epidermis, llamada estrato córneo, está compuesta especialmente por células muertas, que se exfolian y perdemos continuamente.
Cuando nos lavamos y secamos las manos, por ejemplo, nos liberamos de millones de células muertas y de otros tantos microbios y hongos que viven en medio de ellas. La dermis facilita a la piel la nutrición y le da robustez y elasticidad. Esparcidas por la piel hay dos millones de glandulas que emiten sudor. Emitiendo sudor el cuerpo humano se libera del calor excesivo. Así la piel funciona como un termostato que mantiene la temperatura del cuerpo en torno a los 37 grados. De las glándulas sudoríparas sale gradualmente a lo largo de un día medio litro de agua.
El águila culebrera.
Los brillantes y grandes ojos amarillo limón del águila culebrera, situados en posición frontal y dotados de visión estereoscópica, actúan como fieles catalejos que escrutan a gran distancia y con suma precisión cada resquicio de su territorio de caza. Debido a su régimen alimenticio frecuenta los linderos de los bosques, los bordes de los caminos y los roquedos soleados, lugares en donde suele encontrar sus víctimas.
Cuando el sol calienta, el águila culebrera planea entre los 25 y los 35 metros. En cuanto descubre una culebra, fija su vista en ella y comienza un descenso escalonado que la sitúa a pocos metros de su víctima para lanzarse con sus garras abiertas en un brusco picado y aferrarse a su cuello y vientre, evitando así su mordedura. Su comida más habitual es la culebra bastarda, una de las más abundantes de nuestros bosques, y se muestra activa incluso en días lluviosos. También captura culebras de escalera, de herradura y víboras. Cuando la llegada del otoño obliga a los reptiles a aletargarse, a finales de septiembre o principios de octubre, el águila culebrera emigra a África.
El primer museo.
Es habitual acudir a los museos para contemplar obras de arte o admirar vestigios del pasado. Pero... ¿cuándo surgió el concepto de museo tal y como lo conocemos?
El concepto de museo ha cambiado radicalmente a lo largo de los últimos siglos Durante el Renacimiento, surgió una pasión entre los italianos adinerados por amasar colecciones de arte y artefactos clásicos y antiguos. Las familias reales europeas demostraban su poder con habitaciones dedicadas a lo exótico, lo hermoso y lo curioso, y ocasionalmente mostraban su generosidad abriendo estas colecciones al público. La revolución científica del siglo XVII contempló los museos como refugios para la investigación de las ciencias naturales.
En 1683 una colección privada de curiosidades de la historia natural fue donada a la Universidad de Oxford, que decidió mostrarla al público. El Museo Ashmolean se convirtió así en la primera exposición abierta al público de forma permanente y albergada por una corporación. Durante el siglo XVIII la apertura del British Museum (Londres) y del Louvre (París) anunció la llegada de una nueva era de museos financiados por el Gobierno y destinados a la educación pública y a la venta de baratijas... a precio de oro.
El despertarse.
¿Por qué es frecuente despertarse justo antes de que suene el despertador? La temperatura del cuerpo desciende por la noche. Hacia las 4 de la madrugada llega a su punto más bajo y luego vuelve a subir. Es entonces cuando Ud. empieza a despertar. Cerca de las 6 ó 7 de la mañana, aunque quizá Ud. no está todavía en vigilia total, ya percibe lo que pasa a su alrededor. Además algunos despertadores hacen un leve clic poco antes de empezar a sonar. Si Ud. está en duerme-vela, oye ese clic -aunque después no recuerde haberlo oído- y despierta por completo antes de que suene el reloj.
El vértigo de Menier.
El cuadro más típico de vértigo es el síndrome de Menier, o vértigo de Menier, producido por una alteración del oído interno, y más concretamente del laberinto posterior o vestíbulo. Son procesos que se presentan por accesos aislados que duran desde unas horas a tres o cuatro días, y obligan al enfermo a estar en cama inmóvil, a oscuras, y cualquier movimiento de la cabeza desencadena el cuadro. Una ligera sensación vertiginosa puede persistir varios días después de un ataque.
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