lunes, 11 de marzo de 2013

Personajes

Vital Aza.


Harto de que hablara de él sin siquiera conocerlo, el escritor se encaminó al Café de Fornos para arreglar las diferencias con el crítico Luis Bonafoux por la vía física. Al llegar, vio que era tan poca cosa que lo alzó por las solapas y le dijo: «Mire usted, don Luis, venía dispuesto a pegarle un par de bofetadas, pero desisto, porque no encuentro sitio donde hacerlo».


Casilda Alonso Martínez.

En 1888, la hija de Esquilache estaba prometida al joven conde de Romanones, que era cojo. Un día, charlaba la joven con unas compañeras sobre la fatalidad de escribir faltas de ortografía y lo difícil  que era conjugar correctamente los verbos. En ésas que se les acercó Álvaro de Figueroa y una de las muchachas le susurró a Casilda: «¿Quién es ése?». Y la joven, todavía con la cabeza en la gramática  repuso: «Te presento a mi futuro imperfecto».



Brendan Behan.




Estando en su lecho de muerte, el dramaturgo irlandés (1923-1964) llamó a la enfermera que lo cuidaba con devoción y, sonriendo débilmente, le dijo: «Dios la bendiga, hermana. Ojalá todos sus hijos sean, por lo menos, obispos».





Eduardo Ortega.



El poeta, célebre por su ingenio, recibió una nota de una amiga llamada Salomé que, entre otras cosas, le pedía un préstamo de 10 pesos. Ortega se los envió, pero no pudo reprimirse y adjuntó una divertida cuarteta que rezaba: «No cometas, Salomé,/ ortográficos excesos:/ me mandas pedir diez besos/ y escribes besos con P».




André Maurois.


Tras publicar un anuncio en el que solicitaba secretaria, el escritor francés (1885-1967) se entrevistó con decenas de candidatas. Pero una de ellas le llamó especialmente la atención: sencilla, agradable, discreta... La joven, intentando aumentar sus cualidades, le dijo: «Y, además, escribo hasta 80 palabras por minuto». «¡Pero mujer, por Dios!» -exclamó Maurois-. ¿De dónde quiere usted que yo las saque?».


Larry King.



El célebre presentador televisivo conoció a Kennedy el día que chocó contra su coche. Tenía 22 años y él era senador. Tras disculparse, Kennedy le «sugirió» cómo resarcirse: «No se preocupe. Venga aquí con sus amigos y levanten la mano derecha. Voy a presentarme a presidente. Juren que me van a votar».



José Luis Albareda.



En cierta ocasión, una dama se acercó al periodista y político gaditano (1828-1897) y le preguntó, en tono de reproche: «¿Es verdad, Pepe Luis, que en el Casino de Madrid habláis mal de nosotras?». «Hablamos mal, desde luego -admitió Albareda-; pero este tranquila, porque a nadie se calumnia».



Francesc Pi I Margall.


Siendo ministro de Gobernación, recibió un comunicado del gobernador de una provincia que rezaba: «Tengo el honor de poner en conocimiento de Vuecencia, que "hayer" hubo un motín contra el recaudador de contribuciones, pero "oy" ya están calmados los ánimos». Pi y Margall le respondió: «Me permito advertir a Vuecencia que está ignorante en cuanto a la antigüedad de la hache. La h no es de ayer; es de hoy».



Ramón María del Valle-Inclán.



Cierta noche, acudió a saludarlo a un café de la calle Alcalá un amigo que partía de viaje. «Le escribiré sin falta», le dijo el hombre, maleta en mano. «¿Sin falta o sin faltas? -inquirió el agudo Valle-Inclán-. Se lo pregunto porque sin falta no creo que sea capaz de hacerlo».



Hugo Chávez. 


El presidente venezolano fue objeto de todo tipo de chanzas tras anunciar, hace sólo unos días, que Shakira -dijo, solemne-, esa gran actriz colombiana, cantante [...]. La del "Chaca chaca"». Tras las risas y el rápido apunte de uno de sus ministros, Chávez rectificó: «No canta el "Chaca chaca", sino el "Waka waka"».


Valle Inclán. 

Sus finanzas estaban siempre en las últimas. Por eso cuentan que, cierto día que oyó a su casero subir las escaleras para cobrarle, se escondió en un armario con objeto de esquivarlo. El criado anunció que su amo había salido, pero el casero rebuscó por toda la casa hasta encontrarlo. Cuando lo hizo, el escritor se hizo el ofendido y le espetó: «Es usted un grosero y un maleducado. Podría encontrarme aquí desnudo, y usted ha abierto la puerta sin tan siquiera llamar antes».


Nubar Gulbelkian.





El magnate del petróleo era, además de multimillonario, un personaje de lo más excéntrico autor de frases lapidarias como: «El número ideal de comensales para una cena es dos; yo y un buen camarero»

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