lunes, 12 de noviembre de 2012

Personajes del mundo

David Hilbert.


Poco después de iniciarse los vuelos de pasajeros, el matemático viajó en uno para dar una conferencia de título tentador: «Demostración del último teorema de Fermat», algo que aún hoy está por resolverse. Llegado el día, Hilbert ni mencionó el tema.
«¿Por qué tituló entonces así su charla?», le preguntaron. «¡Oh! El título era sólo por sí se estrellaba el avión».







Catherine Zeta-Jones. 

Tras ver cómo una revista les «reventaba» la exclusiva de su boda, les denunció por atentar contra su intimidad. El abogado de la defensa, James Price, dijo en su alegato final: «No todo el mundo, y aquí me incluyo, vende su noche de bodas en 21 países. Los derechos de mi boda, siento informarles, no se vendieron por un millón de libras». Zeta-Jones le miró de arriba abajo y le espetó: «Lo comprendo».








Valle Inclán.



Odiaba a su homólogo José de Echegaray y no se perdía ni uno de sus estrenos para criticarlo el primero. En una de sus comedias, se decía de una señora que poseía «nervios de acero bajo una piel de seda» y Valle-Inclán ya no pudo más. Se levantó de su butaca y voceó: «¡Eso no es una mujer!¡Eso es un paraguas!».







Andrew Carnegie. 


El multimillonario escocés sentía tal devoción con su perro que, tras perderlo a orillas del lago Michigan, acudió al periódico local para poner el siguiente anuncio: «Se busca a un fox-terrier blanco que responde al nombre de Billy. Recompensa de mil dólares a quien lo encuentre». El anuncio no se publicó y Carnegie fue a la redacción a protestar, pero allí sólo estaba la señora de la limpieza. «¿Es que no hay nadie?», pregunto, intrigado. «No, por lo que he oído, se han ido en busca de un perro blanco llamado Billy».






Julio Rey.




En una reunión social, el matemático conversaba con una dama que le arrinconó haciendole todo tipo de preguntas complejas. «¿Y qué es el infinito?», insistía la mujer. Rey, algo cansado, replicó: «Para mí, señora, el infinito empieza en mil pesetas».









Elizabeth Taylor. 




Dos hombres de negocios se relajaban al sol mientras charlaban en una playa. Uno de ellos comentó: «No entiendo qué le ve la gente a Liz Taylor, la actriz, ni por qué enloquecen con ella. ¿Qué tiene? Sacále los ojos, el cabello, los labios, la figura...¿Y qué queda?». «Mi esposa, eso queda», gruñó el otro.





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